El 5 de enero de 1992 Umberto Eco cumplía 60 años. Y durante un instante soñó con morir en A Coruña. Ese día paseó sus neuronas por la Casa de las Ciencias
escoltado, entre otros, por el gran Isaac Díaz
Pardo. Con ellos se retrató junto al péndulo de Foucault, instrumento
que daba título a la que entonces era su última novela.
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Para Umberto Eco, el Planetario coruñés fue durante quince minutos un bosque narrativo del que no habría querido salir jamás. |
La visita se hizo célebre por el regalo de
cumpleaños que le tenían preparado para el catedrático. La anécdota en su libro Seis paseos por los bosques
narrativos.
Hace algunos meses -relataba el escritor- me
invitaron a visitar el Museo de la Ciencia y de la Técnica de A Coruña,
en Galicia, y al final de mi visita el director me anunció una sorpresa
y me llevó al planetario. Los planetarios son siempre lugares
sugestivos, porque cuando se apaga la luz se tiene verdaderamente la
impresión de estar sentado en un desierto, bajo la bóveda de las
estrellas. Pero aquel día me había sido reservado algo más.
En un determinado momento, se hizo la oscuridad más
total, se difundió una bellísima canción de cuna de Falla y lentamente
(aunque un poco más deprisa que la realidad, porque todo tuvo lugar en
un cuarto de hora) encima de mi cabeza empezó a girar el cielo que se
veía en la noche entre el 5 y el 6 de enero de 1932 sobre la ciudad de
Alessandria. Viví, con una evidencia casi hiperreal, mi primera noche de
vida.
La viví por vez primera, puesto
que yo aquella noche no la había visto. Acaso no la viera tampoco mi
madre, agotada por las fatigas del parto, pero quizá la vio mi padre,
saliendo de puntillas al balcón, un poco agitado e insomne por el
acontecimiento maravilloso (por lo menos para él) del que había sido
testigo y remota concausa.
Me perdonarán si en aquellos quince minutos tuve la
impresión de ser el único hombre sobre la faz de la tierra (desde el
principio de los tiempos) que se estuviera reuniendo con su propio
principio. Era tan feliz que experimenté la sensación (casi el deseo) de
que podía, de que habría debido morir en ese momento. Habría podido morir
porque ya había vivido la más hermosa de las historias que hubiera leído
jamás en mi vida, había encontrado, quizá, la historia que todos buscan
entre páginas y páginas de centenares de libros, o en las pantallas de
muchas salas cinematográficas, y era un relato cuyos protagonistas eran
las estrellas y yo. Era ficción, porque la historia había sido
reinventada por el director del planetario, era Historia, porque contaba
qué había sucedido en el cosmos en un momento del pasado, era vida real
porque yo era verdadero y no el personaje de una novela.
Umberto Eco apasionado y estudioso de la narrativa de Fleming. |
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